Estaba sentado en el pupitre de mi clase; los compañeros hablaban y jugaban a tirarse papeles y colores de madera. Yo les miraba pensando el por qué no estaban ansiosos y expectantes como yo… en unos minutos hubiera llegado la maestra de lengua para empezar con toda la clase algo nuevo, algo que según ella nos hubiera gustado mucho; era una historia especial, de un niño igual de especial, rubio, curioso, inquieto y con un gran corazón. Mi maestra nunca hubiera pensado que esa historia marcaría mi infancia y mi vida para siempre.
Ella entró en clase mandando a callar a todo el grupo. Los compañeros, como si nada hubiese pasado, la miraban tranquilos, atentos y quietos. Sacó de su bolso de piel un libro pequeño, blanco, con un dibujo hecho con colores pasteles de un niño rubio, un planeta, y unos pájaros… me gustaba la portada, los colores, la imagen; pero aún más me gustó el contenido y el mensaje que ese “Pequeño Príncipe” nos enseñó a partir de ese día.
Así fue mi primer contacto con esta pequeña joya de la literatura juvenil y no-juvenil; su autor, Antoine de Saint-Exupéry, la escribió en 1943 en francés sin saber que acababa de dar a la luz un clásico de la literatura francesa que marcará y sorprenderá al mundo entero durante generaciones. Aunque al principio parezca una obra preferentemente para niños y adolescentes, la verdad que no es así; y me atrevería a decir que casi es más importante para recordarnos a los adultos muchas cosas que vamos olvidando con los años: la inocencia, los sueños, la felicidad y el valor del amistad. Es una obra de prosa ligera que al principio puede pasar desapercibida por la sencillez de su historia, pero que tiene muchas capas más profundas que llevan a grandes reflexiones sobre la naturaleza humana: habla de relaciones interpersonales, de la relación del hombre con el tiempo, el trabajo, el miedo, la soledad, las responsabilidades y muchas más cosas… un listado infinito de valores para la vida.
El autor habla de su infancia, de su falta de entendimiento hacia los adultos; el motivo principal fue un dibujo que hizo de una boa que absorbe un elefante, pero que todos los adultos interpretan como un sombrero, algo muy objetivo y de poca imaginación.
Este personaje principal crece, pero no se convierte del todo en “adulto” y viaja por el mundo en avión. Al estropearse la máquina tiene que hacer un aterrizaje de emergencia en el desierto y allí se encuentra con un pequeño chico de otro planeta: este pequeño personaje le habla de su viaje, de que vivía en el asteroide B-612, y que echa de menos a su mejor amiga, una pequeña rosa. Emprendió por ella un largo viaje que le hizo conocer muchos planetas y muchas personas: un rey, un egocéntrico, un banquero, un comerciante y un geógrafo; todos ellos caricaturas de los defectos de los adultos. Pero finalmente llega a la tierra, donde aprende, gracias a un zorro qué es la amistad, la necesidad, la dependencia emocional, el afecto, el amor y el espíritu.
El Principito defiende la sabiduría de los más pequeños como algo que sirve de guía para toda la vida y sus frases son conocidas, escritas y publicadas por todo el mundo.
Con la evolución del ser humano todo cambia menos los valores importantes que cada una tiene en su interior; por eso “El Principito” nunca pasa ni pasará de moda, pero su forma de transmitir valores también ha cambiado: se ha adecuado a la era de lo digital y ha decidido hablarle al mundo de otra manera y a través del gran trabajo del director Mark Osborne, quien quiso rendirle tributo creando, para la gran pantalla, una adaptación, hecha por Irene Bringnull y Bob Persichetti, que enmarca el relato original pero en otra perspectiva: la protagonista es una niña que está siendo educada por la madre a actuar como un adulto amargado y privo de sueños. La obliga a dejar a un lado su espontaneidad y curiosidad frente al mundo, con tal de cumplir con la exigente rutina que le impone, para convertirla, según ella, en una adulta maravillosa. La niña no es un personaje que simpatiza mucho con el público y Osborne la humaniza al punto que no es fácil empatizar con ella. Vive bajo una presión contante, que compensa con la aceptación de la madre, quien a su vez lucha de forma constante contra ella misma, para crear una corteza dura que le ayude a llenar ese hueco que el padre ausente le ha dejado. Con todas estas circunstancias aparece un vecino, viejecito a primera vista, muy peculiar y un poco loco, que es el que introduce a la niña en el cuento del “Principito”, de el que él mismo es el escritor. Ella al principio es muy reticente y casi lo rechaza, pero con el tiempo, los dos, crean un vínculo maravilloso, que la madre intenta romper de todas las maneras pero sin conseguirlo.
Gracias al hombre, ella descubre un mundo desconocido y fascinante. Para conquistar su confianza y enseñarle en lo que él cree, le manda el cuento a su casa, capítulo por capítulo, creando en ella muchas expectación y curiosidad haciendo que quiera leer más y más…
Osborne así consigue volver a proponer, en una clave más actual, todos los valores que transmite el cuento original; lo hace a través de herramientas modernas, con animación hecha por ordenador en stop motion y con una textura de papel arrugado, para recuperar los pasajes originales del libro. Lo consigue de una forma muy brillante aunque menos mágica que el original.
De esta maravillosa obra literaria se dice que cada lectura es mágica y reveladora; pero el canal con el que se muestra, también ofrece siempre elementos nuevos: teniendo en cuenta el estilo en el que está escrita, no podía faltar la versión teatral; en este caso de teatro musical, creada por Ángel Llàcer y Manu Guix, donde se mezclan música, canciones, actores reales, personajes virtuales en 3D, sonido envolvente y una escenografía visual espectacular y mágica que representa a la perfección la esencia del cuento. Los dos Productores quisieron mezclar la componente tecnológica con el concepto de teatro artesanal donde, como en una compañia pequeña, los actores hacen varios papeles. Podría haber sido una gran compañía con cuerpo de baile, 15 actores… pero no era la esencia original de la obra: algo pequeño que hace magia. Elena Gardel, Marc Pociello y Xavi Duch son los actores que interpretaron este musical en el BARTS de Barcelona y totalmente en catalán. Sus canciones expresan esas sensaciones y emociones que sentimos al leer la obra original y hace que este formato se convierta en otro canal para hacerle llegar al mundo esta maravillosa obra.
Cuando leí por primera vez esta obra de pequeño me la imaginaba con música, canciones que reflejaban sus historias, imágenes… sin saberlo, de todo lo que leemos, creamos en nuestra mente películas y teatros para vivir de forma aún más fuerte la historia. Soñaba con ser el Principito, viajar, tener a alguien a quien amar igual que él amaba a su rosa; es una obra que a mi, como a muchos niños, nos ha ayudado a forjar nuestra personalidad. Al verla en cine y teatro despertó en mi otras imágenes, otras sensaciones que solo con la lectura no se habían creado.
El Principito nació desde unos páginas en blanco y ha recorrido el planeta convirtiéndose en una de las obras literarias más conocidas, y la vez, la que más se ha traducido en lo largo y ancho del mundo. Pudo llegar a los corazones de niños y adultos con sus frases y sus personajes; pero gracias a la tecnología y a la evolución del arte, ahora vemos como se puede disfrutar de él también a través de imágenes, sonidos, música, etc..
Son canales complementarios que, a mi juicio, ayudan a que la obra te pueda envolver aún más en su magia, y que ayude a que todo el mundo pueda alcanzarla de la forma que más le guste.
Hoy en día el ser humano, juzga a menudo la tecnología por hacernos perder el contacto con nuestra esencia; pero creo que en este caso, al revés, nos ha ayudado a llegar aún más a fondo y hacernos tocar con los sentidos, todas aquellas emociones que Antoine Saint-Exupéry quiso mostrar al mundo entero solo con tinta y papel.
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